domingo, 12 de febrero de 2012

Reinaldo Vallejo saca la voz


El 4 de agosto, la familia de Camila Vallejo estaba preocupada. El día anterior, la joven -entonces presidenta de la Fech y rostro de las movilizaciones estudiantiles- había recibido amenazas por Twitter y se habían filtrado la dirección y el número telefónico de su casa, en La Florida. Su padre habló brevemente para manifestar públicamente su inquietud y junto a su mujer pusieron un recurso de protección. Después, se replegaron y cerraron las puertas a todo.

Esa misma tarde llamamos por primera vez a la casa de los Vallejo Dowling. A otro teléfono, más privado, que tenían en casa. Al tercer ring contestó un niño. Le pedimos hablar con sus padres o alguien mayor, con quien poder conversar esta situación. Recién entonces, la voz infantil cambió a una de adulto: "Soy yo, Reinaldo, el papá. Es que con esto que está pasando no queremos hablar con nadie". Le explicamos que él podía contar lo que pasaba en la familia. Que, tarde o temprano, iba a tener que hacerlo. Quedó de pensarlo. Nos pidió el teléfono, pero se dio cuenta de que no tenía lápiz. "Espera, acá encontré un fósforo quemado… ya, dámelo", dijo. Y anotó los números con las cenizas de una cerilla usada.

Al día siguiente dijo que no. Que la familia no quería.

Casi seis meses después, Reinaldo Vallejo (59) cambió de opinión. Y el lunes 30 de enero se sentó en un café de la Plaza Brasil para contar, por primera vez, su historia y la de su familia. El contexto necesario para formar una visión más amplia del mundo en que se mueve su famosa hija.

Reinaldo Vallejo es alto, de pelo claro, un poco canoso, ojos azules. Llega al café Crónica Digital con una guayabera oscura, un sombrero de explorador café claro y chalas. Podría pasar por uno de los gringos que se pasean por Plaza Brasil. Son las 7. 30 de la tarde y acaba de terminar el programa El tema es siempre otro, donde es panelista ad honorem, cada lunes, en la radio comunista Nuevo Mundo. Pide un jugo de frutilla y una hallulla tostada con queso derretido. Deja sobre la mesa su celular, que avisa cada llamada con la primera estrofa de Ojalá, de Silvio Rodríguez.

Entonces Reinaldo se pone a hablar.

"Soy el segundo de cinco hermanos de una familia viñamarina. Mi papá fue un abogado que trabajó toda la vida en el sector público. Estudié en muchos colegios: en Peñablanca, en el McKay -que no era lo que es hoy- , en un internado, en un liceo, en la Escuela Naval.

Siempre quise ser marino porque quería navegar. Cuando era muy chico mi mamá me llevó a ver a un primo que se embarcaba en La Esmeralda y yo quería eso: embarcarme en La Esmeralda, que me despidieran las mujeres en el puerto. Estuve dos años en la Marina, pero me echaron, parece que era desordenado, pero la verdad era muy niño: entré a los 13 años. Ahora tengo un bote inflable y uno de mis grandes placeres es agarrar los remos y salir al mar.

Mi papá era abogado de la Empresa Portuaria de Valparaíso y ejercía la profesión liberal con personas de bajos recursos. Fue socialista toda la vida, de los que votó siempre por Allende. El 70, Allende lo nombró secretario general de la Empresa Portuaria. Su señora, la mujer con quien se casó después de separarse de mi madre, era secretaria de Allende en Cerro Castillo.

Soy bautizado, con primera comunión y confirmado. En la Escuela Naval fui acólito. Hoy no soy católico ni ateo, simplemente dejé de creer, como cuando uno deja de creer en el Viejito Pascuero.

Yo estudié un año Ingeniería Eléctrica en la Católica de Valparaíso, pero, como se dice, no me hallé. Justo cuando estaba en la universidad empezó el gobierno de la Unidad Popular. Congelé dos años porque me puse a hacer teatro en Valparaíso con Oscar Stuardo. Como tenía tiempo, quise trabajar para las municipales del 71 en la campaña de la UP. El comando funcionaba en el Partido Comunista de Viña. Así llegué. Me acogieron bien y, como siempre, los que más trabajaban y los más organizados eran los de la Jota. A los 17 años me pidieron militar y yo acepté.

Luego me vine a Santiago, acompañando a dos amigas a dar la prueba especial de Teatro en la Universidad de Chile. No sé qué hice, ni tampoco me acuerdo quién me tomó la prueba, pero sólo quedé yo. Partí viviendo en un pensionado de calle Erasmo Escala y después donde me aceptaran. Pasaba hambre. En la escuela era compañero de la Coca Guazzini, de Gonzalo Robles. Cuando llegué a Santiago me quedé en la misma pieza con el Pato Torres. El pensionado no era muy 'hóspito'. Estudié en la universidad completamente gratuita, y por ser de provincia tenía una beca de almuerzo.

Para el golpe tenía 20 años. Era secretario de la Jota en Teatro y director de la Fech en representación de la escuela. Fue muy fuerte. Teníamos discusiones con los profesores por los acaparamientos, por ejemplo. Yo iba a cosechar cebollas y al mercado de la carne a buscar cosas y allí veía el boicot: montañas de leche, harina y otras cosas que escaseaban. Después del golpe estuve cinco días escondido en una pieza en Independencia. Cuando volví a la escuela, el administrador me dijo que no volviera. Eso me dio un poco de miedo.

A mí me detuvieron tres veces. Una fue porque me denunció un amigo del barrio que era de Juventud Nacional o Patria Libertad, al cual yo había salvado cuando los fachos se habían tomado la Católica de Valparaíso. Yo lo protegí y él me denunció. Me tomaron preso cuando fui a pedir auspicio para una obra que estábamos haciendo con el Andrés Pérez, Ana María Vallejo, Oscar Aguilera. Me interrogó un oficial de la Marina que sabía todo de mí. Me dijo 'usted es comunista' y yo le respondí 'pero ahora soy pura paz'. Siempre he andado a patadas con los piojos, pero creo que ser rubio de ojos azules me salvó".

"No me considero líder. Soy de bajo perfil. Mis amigos dicen que tengo condiciones naturales de líder, pero a mí me da risa. Creo que lo que busco son estrategias de supervivencia. Cuando veo lo que declara la Camila, lo que escribe, la claridad que tiene, a mí me impresiona, es algo que yo no tengo, que no salió de mí.

Nosotros nunca nos fuimos exiliados, porque yo quería hacer teatro y creo que el teatro se relata en su país. La verdad es que nunca pensamos que la dictadura iba a ser tan larga. Una vez me tocó darle la mano a Pinochet. Cuando nació mi hija mayor, la Alejandra, la llevaba al consultorio de Lo Hermida. Un día yo estaba con un poncho grande, pelo largo, barba y mi guagua debajo del poncho. De pronto se abrieron las puertas y entraron hombres vestidos de milico y al centro Pinochet, que me quedó mirando. Chuta, pensé, ahora me agarran. Yo con poncho, pelo largo… No atiné más que a acercarme, estirarle la mano y decir: 'garagaraga'. El me dio la mano y me respondió: 'garagaragá'. Después se fue. Cada vez que lo cuento, mis amigos me dicen que lo habrían garabateado, pero a mí me dio susto.

A Mariela Dowling, mi señora, la conocí mucho después. En 1984, cuando yo estaba en la coordinación cultural de la Jota y llegué al Teatro El Riel. Ella estudiaba Cartografía en la Chile y con el cierre los cambiaron del Pedagógico al Tecnológico, su papá quedó cesante y una amiga del colegio la llevó a trabajar al teatro. El mismo año que nos conocimos nos fuimos a vivir juntos. Nos casamos en 1993. Nuestras hijas Javiera y Camila fueron a la ceremonia civil.

Tengo cuatro hijos. Mi hija mayor, Alejandra, tiene 35 y es de un primer matrimonio. La admiro mucho, estudió Educación Parvularia en la Católica, tiene dos hijas: mis nietas Fernanda y Florencia. Estudió con media beca y el resto con crédito que sigue pagando. Con Mariela tenemos tres hijos: Javiera de 26, Camila de 23 y Joaquín de 13. No me considero fanático de la Chile, yo soy colocolino, pero les dije a las niñas que tenían que entrar a la Universidad de Chile para tener un crédito que después puedan pagar. Ahora están más endeudadas las pobres.

La mayor parte de mi actividad teatral la hice con El Riel, una compañía de teatro de guerrilla, de agitación. Montábamos obras en sindicatos, plazas, poblaciones. Teníamos una obra infantil, 'la Zorra y el Fabulista', que mis hijas están aburridas de tanto verla. Yo hacía el fabulista y el águila. Cuando estábamos en El Riel, la Mariela quedó embarazada a los pocos meses. A las niñas nunca las hicimos actuar, pero las llevábamos a todas partes. Montando una obra en el sindicato de pescadores, en la sala de reuniones poníamos a secar los pañales de la Javiera o la Camila.

Desde el 76 al 79 trabajé con Jorge Gajardo y Myriam Palacios en el programa Sacapuntas, en Canal 13. Había montones de actores comunistas en ese tiempo trabajando en la tele, pero ahora a varios se les ha olvidado. El programa se terminó y me quedé de brazos cruzados. Ahí empecé a trabajar de gásfiter".

"Un compañero comunista que había estudiado Arquitectura me enseñó cómo arreglar calefones y empezamos a trabajar juntos. Era gásfiter de familiares, amigos y los compañeros. Era una gasfitería secreta. Después, mi cuñado arquitecto y sus amigos me presentaron a sus clientes. En 1982 ya era gásfiter e hice de galán en una teleserie.

Un día llegué a la casa de un cliente, que era coronel de Ejército, y me tenía que hacer pasar por hippie. Siempre andaba con pelo largo y no es que fuera hippie, sino que no tenía plata para ropa buena.

Ahora me dedico a hacer calefacción central, instalar aire acondicionado, colectores en loteos de bodega. Trabajo con dos personas permanentes. Tengo mi oficina en la casa, pero trabajo en terreno. La familia no se ve afectada. Todo se hace por celular. Una vez tuve un trabajo en Quintay, les compré un overol a las niñas y las llevé a trabajar. Se ganaron cinco lucas cada una. Una cosa que envidio es la gente que puede trabajar con sus hijos y heredarles el oficio.

Mis clientes saben que soy el papá de la Camila Vallejo. La mayoría me dice que la admira, porque también tiene hijos que van a la universidad y pagan una fortuna. Los otros… bueno, los otros no me dicen nada, y al que me diga algo lo paro en seco.

Cuando se trabaja independiente, si no se trabaja, no se gana. A veces toca hacerlo todo el año. Pero siempre nos arreglamos para salir juntos de vacaciones. A veces vamos a Tongoy, otras veces al sur".

"Milito activamente en el PC y nunca he dejado de ser comunista. Mi señora tampoco. Mis dos hijas del medio, Javiera y Camila, militan en la Jota. Yo no siento que haya existido un traspaso de militancia de mi parte, pero sí de compromiso. Asumir una posición política coherente no es fácil. En la vida hay que comprometerse, tener una posición clara, optar, decir estoy aquí o acá. Es atractivo decir yo soy independiente, pero autónomo de qué. Ser comunista todavía es mal visto desde varios puntos de vista: que eres cuadrado, que es un partido añejo, para la derecha es lo peor. Mis hijas eligieron ser de la Jota y está bien. La última vez, el carné del partido nos los trajo la Camila.

Me molesta que se diga que el PC coquetea con la Concertación. Si esto es una política de alianzas y nos vamos a aliar con todos los que quieran avanzar por conseguir un cambio. No vamos a traer marcianos, sino a trabajar con los bueyes que hay y la Concertación tiene un rebaño bien grande. ¿Con quién vamos a trabajar? ¿Con la UDI, con RN?... No. También vamos a trabajar con el MAS, el PRO y todos los que quieran sumarse, dejando de lado los egos.

Gran parte de los personajes de la política le hacen mal a Chile. La mayoría de los líderes de la Concertación debería jubilarse e irse para la casa. Todos los dirigentes de la derecha también.

Llegué a la película del No porque me llamaron. Yo creo que fue porque soy el papá de la Camila. A Pablo Larraín (el director) no lo conocía y no lo conocí. Pero yo efectivamente trabajé harto en la campaña del No, nunca dudé en poner mi cara. Hice varios spots y en la canción Chile, la alegría ya viene, yo aparecía en el teatro. La verdad es que estar en la película no fue una buena experiencia, porque tienen un contrato leonino contra los derechos de los actores y se contradice con la experiencia reivindicadora de derechos humanos que quieren mostrar. Tampoco concuerdo con (Antonio) Skármeta de que la campaña fue un momento mágico. Es cierto que se vivía un momento de efervescencia, la gente creía que las cosas podían cambiar, pero todos estábamos siendo estafados. Los que estaban haciendo esa campaña eran los autores de esta estafa. Ya habían negociado".

"Siempre andábamos con nuestras hijas, no teníamos nana y nuestra familia tenía compromisos. Mi mamá fue exiliada económica y estaba en Buenos Aires. Mi papá con su nueva mujer no podían. Mi suegra a veces se quedaba. Las niñas siempre estaban con nosotros, compartían como grandes. Estaban en todas las reuniones. Javiera y Camila eran muy chicas y sabían lo que estaba pasando.

A mis hijas las llevábamos a las marchas del No. Debíamos cargarlas. La primera marcha de la Camila fue en brazos del papá.

Elegimos para ellas el colegio Raimapu, porque era un colegio que podíamos pagar y pensaba como nosotros. Pero todos los años fue subiendo y nuestro sueldo era irregular, así es que tuvimos que sacar a las niñas por dos años, hasta que tuvo subvención compartida.

Queríamos que mi hija Javiera se llamara Acuarela Amaranta, pero no nos atrevimos porque eran muy raros los nombres. Cuando la Mariela estaba embarazada, yo estaba haciendo una teleserie con la hija de José Manuel Parada, que se llama Javiera. Cuando a José Manuel lo mataron, le pusimos Javiera Francisca Amaranta en honor a él y a la Javierita. La Camila Amaranta se llama así por Camilo Cienfuegos (revolucionario cubano). Amaranta quedó como un sello para las dos.

Yo no soy un papá de dar consejos. Ellas escuchan mi opinión cuando me la piden. Siempre conversamos. De política también. Yo soy un hombre de política, no un político. En la dictadura luché haciendo teatro y usé todas las formas de luchas, y eso mis hijos lo escucharon siempre.

Es fuerte que la Camila se haya transformado en el personaje del año en varios medios del mundo. Da orgullo. Me sorprende leer lo que escribe, ver su capacidad de síntesis para traspasar lo que ve, su calma. Me sorprende ver en ella una madurez política así… No creo que haya sido sólo el colegio, la universidad, yo, la mamá. Todos hemos aportado, pero ella es lo que es por ella misma".

Reinaldo termina de hablar.

En dos horas se ha fumado tres cigarrillos. Y se ha tomado, además del jugo de frutilla, un poco de café expreso y la mitad de un cortado. El fotógrafo le pide posar una y otra vez. El se nota incómodo. Dice que ya es suficiente, que "basta de parafernalia". Una turista española que está en el café pregunta quién es. Le responden que es el papá de Camila Vallejo. Ella entiende de qué se trata. Entonces saca su cámara y dispara sus propias tomas.

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